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El Milagro de Lupita

Lupita y su mamá sentadas en la entrada de su casa

En lo alto del Pasochoa se deja ver una casona de hacienda, blanca con detalles cafés que contrastan y se fusionan a la vez con el paisaje verde. A unos 600 metros está una pequeña mediagua de dos pisos, donde apenas un par de personas podrían vivir.

Es el hogar de Lupita, quien desde el umbral saluda con el brazo. Sentada junto a su madre intenta contener la emoción, pero de nada sirve, en un momento está saltando de un lado a otro, intentando mostrarnos todo e invitándonos a la cocina.

Para complacerla entramos, pero el espacio es tan pequeño que decidimos salir conversar al patio. En esta casa, con paredes de barro y techo de teja, vive Lupita con sus padres, su hermana y su pequeño sobrino. Su madre es la encargada de cuidar la casona, a cambio los patrones le permiten vivir ahí y le pagan un salario mínimo.

La madre de Lupita, Mercedes, nos cuenta que cuando nació, se le rompió el agua de fuente y ella perdió la consciencia. Lupita sufrió lo que se llama aspiración de meconio, que es cuando un bebé aspira el líquido amniótico, que en el caso de Lupita llegó a sus pulmones, produciéndole asfixia y como consecuencia discapacidad intelectual.

“Los médicos le informaron a mi esposo que no sabían si la bebé va a hablar, caminar, ver o escuchar. Estuvo mes y medio internada, pero al año yo me enteré de todo, porque el día de su cumpleaños convulsionó”.

“Yo nunca perdí la fe. A donde me mandaron fui, le llevé a todas las terapias que me decían. Y a los dos años empezó a caminar arrimándose en las paredes”.

“Ahora habla más que uno y casi se le entiende todo” cuenta Mercedes, con mucha emoción.

Lupita asiste al Centro de Desarrollo Integral “El Niño”, CDI, de Tierra Nueva desde los 5 años. Al ingresar casi no hablaba, tenía problemas de conducta, de memoria y atención, además, no controlaba esfínteres.

A sus 9 años y después de recibir constantemente terapias (física, ocupacional, del lenguaje) y gracias a la educación especializada para personas con discapacidad, ha desarrollado el lenguaje completamente, su conducta ha mejorado, controla esfínteres y ha superado de manera sustancial el déficit de atención.

Mercedes dice que, “desde que está en la escuela ha mejorado muchísimo, porque no hablaba casi nada, solo nos entendíamos con señas. Era muy difícil porque yo no siempre entendía lo que quería”.

Su madre siempre buscó que Lupita se desarrollará como cualquier niña, haciendo un gran esfuerzo le inscribió en una escuela pagada, porque le aseguraron que podrían ayudar a su hija, sin embargo, las profesoras no tenían una metodología especializada en discapacidad y castigaban físicamente a la niña, generando en Lupita mucho miedo e inseguridad.

En el mismo barrio, Vive Diego, quien era beneficiario del CDI, su madre le contó a Mercedes sobre el CDI, esta escuela especializada en niños, niñas y adolescentes con discapacidad, así fue como Lupita pudo ser atendida con los servicios que realmente necesita.

“Yo si les agradezco mucho a las profesoras porque siempre han estado pendientes y nos ayudan mucho. Ahí en la escuela, Lupita aprendió todo”

“Yo a veces me pongo a pensar, cuando crezca más ¿dónde le voy a dejar o cómo voy a hacer cuando esté más tiempo con ella? Ahora juega solita en la hacienda, sube al monte a coger flores, solo los perros son su compañía. Pero prefiere ir a la escuela, se levanta temprano para no atrasarse al recorrido, el CDI es su motivación”.

“Yo no sé cómo será si me pasa algo, ¿quién va a quedarse con ella? Esa es mi preocupación, solo mi hija mayor podría, pero no sé si luego en realidad quiera”.

Lupita es una niña muy inquieta, como cualquiera pequeña a su edad, es sociable, cariñosa y colaboradora para apoyar a sus compañeros. Le gusta bailar música nacional y cuidar del jardín con su padre.

Sin la constante preocupación y cuidado de su madre, probablemente ella formaría parte de las estadísticas de niños y niñas que no reciben ningún tipo de atención, solo por tener discapacidad y no contar con los recursos necesarios para pagar particularmente por estos servicios.

Por ello, agradecemos profundamente la participación de los padrinos en los servicios que reciben los beneficiarios del CDI, su aporte es fundamental para garantizar su desarrollo y transformar sus vidas.

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Padre José Carollo
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